EL PAIS OPINION
Por qué se está cometiendo la penúltima gran estafa a las mujeres en
su nombre? Si la mayoría convenimos que la primera condición para
avanzar hacia la igualdad de derechos es la independencia económica; si
la gran conquista en los últimos 30 años en España ha sido acceder
masivamente a la formación, que nos tenían vedada, y al mercado de
trabajo; si las mujeres hemos realizado una gran revolución silenciosa,
como ha sido retrasar la maternidad en 10 años, y reducir drásticamente
el número de hijos, como única posibilidad para ir ocupando espacios,
por derecho propio, como ciudadanas de primera; si nos hemos ido
alejando del modelo de la caverna, en que el reparto de funciones venía
irremediablemente marcado por la dedicación de unos a la caza y la
guerra, y otras a la reproducción, ¿por qué ese empeño en los últimos
años en querer recluirnos nuevamente en el hogar, al cuidado en
exclusiva de los hijos?, ¿por qué el feminismo mayoritario se muestra
feroz con la custodia compartida de los hijos, si al tiempo asume que la
única posibilidad de las mujeres, trabajadoras y madres, de tener
espacios personales y profesionales es dejar de cargar en solitario con
su cuidado y educación?
Somos una especie animal que, con los avances técnicos, ha podido
modificar los roles que la naturaleza ha impuesto para la supervivencia y
la reproducción, pues los riesgos de extinción nos vienen de otros
peligros. Las encargadas en exclusiva de la reproducción, al tiempo que
responsables de ancianos, enfermos y hombres, hemos ido adquiriendo
otros roles y ocupando espacios de poder y decisión, al menos en los
países mejor situados económicamente, pese a la brutal presión social y
las tremendas discriminaciones. ¿Cómo vamos a permitir que tanto
esfuerzo personal y colectivo se vea amenazado por corrientes de opinión
que pretenden imponer nuevamente esta carga a las mujeres? ¿Cómo vamos a
asumir en solitario la difícil y durísima tarea de cuidar de unos hijos
en unas sociedades complejas que exigen unas generaciones con un
elevado nivel de formación técnica y personal, al tiempo que trabajamos
fuera?
Lo que proponen esos grupos de presión es apoderar a las mujeres
practicando una inicial expoliación al padre de sus hijos, pues
apropiándose de estos se consigue de inmediato todo el pack
(hijos, vivienda, pensión). Pero ese es un regalo envenenado para
nosotras por varias razones. Dedicarnos en solitario a la educación y
cuidado de los hijos limita brutalmente nuestro desarrollo profesional,
relegándonos a niveles que no exigen tanta dedicación, lo cual
irremediablemente se traduce en salarios menores. Si ejercemos nuestra
función como educadoras con responsabilidad corremos el riesgo de ser
las únicas malvadas que imponen hábitos y obligaciones, y si lo hacemos
de modo irresponsable nos encontramos en poco tiempo con unos hijos
asilvestrados e intolerantes a la más mínima frustración, que no dudan
en acudir a la violencia, física o psíquica si no ven colmados sus
crecientes deseos. Cuando los pequeños monstruos se emancipan,
el propietario de la mitad de la vivienda de la que fue expulsado no
duda en reclamarla, ya que en muchas ocasiones se vio obligado a
regresar a su hogar materno, y en ese momento, cuando las mujeres tienen
edades que rondan los 60 años, con escasos ingresos, no pueden adquirir
la mitad de la vivienda, con riesgo de ser expulsadas.
El final del expolio inicial puede ser el que las mujeres se queden
sin nada: sin profesión, porque no nos hemos dedicado a ella; sin
espacios personales, al no disponer de tiempo, fuente de desequilibrios y
frustraciones; sin casa; y sin unos hijos que, además, pueden formular
serios reproches culpabilizando a las madres del alejamiento paterno, lo
cual es fuente de conflicto y sufrimiento, al haberse quedado huérfanos
con padres vivos, con un duelo que no se acaba.
El modelo que se propone con la custodia compartida es que en
aquellos supuestos, minoritarios pero crecientes, en los que el padre
quiere participar en la corresponsabilidad tantas veces exigida a los
hombres, no solo no deben ponerse obstáculos, sino que se debe
favorecer. Eso es lo mejor para los hijos, pues tienen unos progenitores
que, cada uno según su criterio, hacen carreras de relevo en su
agotador cuidado, y son educados en la pluralidad y en el respeto a las
diferentes maneras de leer el mundo, completadas sin duda con la
escuela, los amigos, las familias amplias, con Internet y la televisión.
La custodia compartida no libera al progenitor con más ingresos de
hacerse cargo de la mayor parte de los gastos. Por el contrario,
potencia la voluntad de contribuir más porque se mantiene el contacto y
afecto con los hijos, y aleja la tentación de aparentar inexistentes
insolvencias, en un país con un importante nivel de economía sumergida y
ahora en crisis.
A los hijos no se les puede imponer un modelo monoparental que les
perjudica, cuando tienen padre y madre que quieren y pueden
responsabilizarse de ellos. Y es precisa una jurisdicción especializada
en familia, tantas veces reclamada, que de un modo eficaz intervenga y
haga difícil la utilización de los hijos como armas en unos conflictos
de los que siempre deben ser alejados si queremos construir una sociedad
en igualdad, paz y progreso.
María Sanahuja Buenaventura, magistrada de la Audiencia Provincial de Barcelona, es miembro de Jueces para la Democracia y de Otras Voces Feministas.
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