Tribuna abierta
Sortu y la custodia compartida
El debate sobre la custodia compartida no
ha hecho sino poner en evidencia que algunas de las personas que rigen
los destinos de nuestra organización pueden proponer horizontalidad y
participación, pero les cuesta asumir las incomodidades que esos
conceptos acarrean.
Por Orlando García
- Miércoles, 17 de Septiembre de 2014 - Actualizado a las 06:09h
el debate sobre
la custodia compartida podría haber representado en Sortu un gran
eslabón de una cadena que nos hiciera avanzar hacia una democratización
interna conducida por militantes renovados en comportamientos y
actitudes, formados en el análisis, dispuestos a la sistematización de
su trabajo militante, renuentes al seguidismo acrítico a la dirección y
reacios, a su vez, al encasillamiento en prejuicios sociales y políticos
propios de décadas pasadas. Es bien sabido que necesitamos remozar los
temas sectoriales con una gruesa capa de realismo para conectarnos con
una sociedad que avanza más rápidamente que nosotros/as.
Y todo eso podría ocurrir solo si los cambios que proyectaba
el documento “Zutik Euskal Herria” se impulsaran en su versión no solo
táctica y estratégica, sino también organizativa, y desde la dirección
hacia todo el tejido militante, porque ese es el sentido que garantiza
el éxito del cambio en nuestro partido, nos guste reconocerlo o no.
Sin embargo, la brisa renovadora sigue encajonada en la
dirección, e independientemente de alambicados organigramas de
funcionamiento, el suelo de nuestra casa sigue impregnado con el lastre
de la prevención frente a la crítica interna, el miedo infundado a la
disensión, -incluso en temas estrictamente sectoriales-, la tendencia al
control obsesivo sobre las iniciativas de base y la verticalidad más
evidente y tosca en la toma de decisiones. El ordeno y mando quizás haya
cambiado de emisor, pero el estilo continúa.
Se plasmó también en las ponencias del congreso fundacional de
Sortu, donde hubo personas empeñadas hasta la terquedad en añadir más
apellidos de los necesarios a la criatura. Independentista y socialista
concitan unanimidad, aunque con variados y amplios matices. El resto de
calificativos no hicieron sino provocar extrañeza en el bautizo y cierta
resignación escénica. De aquellos polvos, estos lodos, suelen decir.
Quizás, el intento por condicionar a la militancia tomando
partido por una de las posiciones mediante falsedades, puede eximir, en
parte, a muchos otros/as que, formando parte de dicho órgano de
dirección o no, y a pesar de su silencio, no comparten las posturas del
“lobby” que ejerce Bilgune en nuestro partido, un “lobby” que, como
todos los que lo son, no ostenta representatividad nominal alguna, ni se
puede calificar de “feminista” puesto que es tremendamente difícil
serlo intentando, a la vez, adjudicar a la mujer separada el cuidado
exclusivo y sistemático de la prole.
Cabría mencionar, en este sentido, los clarificadores consejos
de una veterana feminista alemana con un casi perfecto castellano que
acudió hace ya algunos meses a pronunciar una conferencia cuando le
expliqué el debate que se estaba empezando a producir en nuestro
partido. Con toda la literalidad que puedo recordar, sus palabras
fueron: “Me huele a engaño. No es posible ser feminista y rechazar la
custodia compartida preferente. Muchas nos hemos dejado las pestañas
para conseguir que la madre separada pudiera proseguir sin quebranto su
vida laboral, social y afectiva después de la separación rechazando la
custodia exclusiva de los hijos y asegurando la implicación del padre en
su cuidado. ¿Cómo es posible que alguien que se autodenomine
“feminista” pueda proponer que se le cargue unilateralmente a la madre
la guarda y custodia y alejar al padre de las responsabilidades que le
corresponden?”, se preguntaba, para afirmar, categórica, más tarde: “El
feminismo no puede optar nunca por mantener los roles patriarcales que
nos han ahogado durante siglos”.
La ILP incluye la flexibilidad necesaria para contemplar la
inmensa mayoría de casuísticas que se pueden dar en los casos de
separación, rechaza el rol machista de la madre al servicio permanente
de los hijos y facilita la implicación de los padres, pero garantiza, a
la vez, la custodia monoparental en los casos que el juez considere
inadecuada o inconveniente la compartida por una panoplia de motivos que
no podemos enumerar aquí, pero que están en la mente de todos.
Sin embargo, en algunos bufetes de abogadas solo llegan los
casos más descarnados de maltrato y violencia machista y es ese prisma
unívoco el que deforma visceralmente la visión de una realidad global
que estas profesionales trasladan con éxito tanto a las cúpulas de los
partidos de izquierda como a algún organismo institucional tan
cuestionado como Emakunde.
“Conquista”, “avance”, “empoderamiento”. ¿Cuántas veces hemos
tenido que oír estos términos? La extrapolación analítica de ese
micromundo de víctimas, esfuerzo y compromiso al conjunto de la sociedad
de Euskal Herria es un error de considerables proporciones que, por
reacción vehemente, tiende a elaborar un discurso claramente sexista,
abrupto y bélico alejado del objetivo de la igualdad de derechos entre
hombre y mujer para caer en la simple “conquista” de ventajas y/o
privilegios para ella vulnerando el derecho más elemental del agente más
débil, que, en este caso, no es la mujer, sino los hijos. Quizás se les
considere un daño colateral.
Por tanto, los derechos del niño tienen especificidad propia,
están claramente definidos por psicopedagogos y psiquiatras, deben ser
defendidos por afectadas/os por este problema y por aquellos/as a los
que no nos afecta y no coinciden con los de la madre, como tampoco
coinciden con los del padre. Consisten en salvaguardar su relación -y
repito la cita textual- “con ambos progenitores de modo regular e
igualitario” y la custodia monoparental vulnera sistemáticamente estos
derechos si se aplica con carácter general y preferente, como en la
actualidad.
Una mínima lógica de izquierdas nos exigiría defender el
derecho fundamental del agente más vulnerable de nuestra sociedad, como
es el menor, y ante el cual no caben supuestos desquites proverbiales ni
la guerra de sexos que alguno/as se empeñan en ver. No es la venganza
mezquina, por tanto, lo que se dilucida aquí, sino la preservación y
defensa de derechos fundamentales, los del menor, y si parece que,
tangencialmente, “beneficia” a uno de los progenitores será, en todo
caso, porque equilibra una situación previamente desigual y lacerante en
las separaciones con hijos, frente a la cual nuestro partido mira para
otro lado y se pone de perfil, asumiendo ese tan peligroso concepto de
lo “políticamente correcto” en cuestiones de género.
Por cierto ¿dónde quedó la promesa de revisar la postura del
partido si Kidetza introducía modificaciones en el texto? Se derrochó
buena voluntad y se introdujeron tres cambios sustanciales para intentar
recabar el apoyo del dúo reticente: PSOE y Sortu. Nunca más se supo.
Al final, e independientemente de cómo salga del parlamento
vascongado el texto final de la ILP, fruto del “pasteleo” partidario,
con el tiempo quedará la sensación de que ha sido la mayoría de la
sociedad, a través de su representación política, la que ha aprobado una
custodia compartida que goza del 82% de apoyo popular, según la última
encuesta del Gobierno vascongado. Repito la cifra: 82%. Pocos asuntos
concitan tanta unanimidad en nuestra sociedad.
Recordaremos con extrañeza que alguien se hubiera opuesto en
su día y con cierto rubor que haya sido, precisamente, Sortu quien más
lo hiciera. Lo único que induce a cierta tristeza es presenciar una
torpeza más de la izquierda abertzale que habrá que incorporar a nuestro
bagaje político.
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