jueves, 18 de septiembre de 2014

SORTU Y LA CUSTODIA COMPARTIDA


Tribuna abierta

Sortu y la custodia compartida

El debate sobre la custodia compartida no ha hecho sino poner en evidencia que algunas de las personas que rigen los destinos de nuestra organización pueden proponer horizontalidad y participación, pero les cuesta asumir las incomodidades que esos conceptos acarrean.
Por Orlando García - Miércoles, 17 de Septiembre de 2014 - Actualizado a las 06:09h 



el debate sobre la custodia compartida podría haber representado en Sortu un gran eslabón de una cadena que nos hiciera avanzar hacia una democratización interna conducida por militantes renovados en comportamientos y actitudes, formados en el análisis, dispuestos a la sistematización de su trabajo militante, renuentes al seguidismo acrítico a la dirección y reacios, a su vez, al encasillamiento en prejuicios sociales y políticos propios de décadas pasadas. Es bien sabido que necesitamos remozar los temas sectoriales con una gruesa capa de realismo para conectarnos con una sociedad que avanza más rápidamente que nosotros/as.
Y todo eso podría ocurrir solo si los cambios que proyectaba el documento “Zutik Euskal Herria” se impulsaran en su versión no solo táctica y estratégica, sino también organizativa, y desde la dirección hacia todo el tejido militante, porque ese es el sentido que garantiza el éxito del cambio en nuestro partido, nos guste reconocerlo o no.
Sin embargo, la brisa renovadora sigue encajonada en la dirección, e independientemente de alambicados organigramas de funcionamiento, el suelo de nuestra casa sigue impregnado con el lastre de la prevención frente a la crítica interna, el miedo infundado a la disensión, -incluso en temas estrictamente sectoriales-, la tendencia al control obsesivo sobre las iniciativas de base y la verticalidad más evidente y tosca en la toma de decisiones. El ordeno y mando quizás haya cambiado de emisor, pero el estilo continúa.
Se plasmó también en las ponencias del congreso fundacional de Sortu, donde hubo personas empeñadas hasta la terquedad en añadir más apellidos de los necesarios a la criatura. Independentista y socialista concitan unanimidad, aunque con variados y amplios matices. El resto de calificativos no hicieron sino provocar extrañeza en el bautizo y cierta resignación escénica. De aquellos polvos, estos lodos, suelen decir.
Quizás, el intento por condicionar a la militancia tomando partido por una de las posiciones mediante falsedades, puede eximir, en parte, a muchos otros/as que, formando parte de dicho órgano de dirección o no, y a pesar de su silencio, no comparten las posturas del “lobby” que ejerce Bilgune en nuestro partido, un “lobby” que, como todos los que lo son, no ostenta representatividad nominal alguna, ni se puede calificar de “feminista” puesto que es tremendamente difícil serlo intentando, a la vez, adjudicar a la mujer separada el cuidado exclusivo y sistemático de la prole.
Cabría mencionar, en este sentido, los clarificadores consejos de una veterana feminista alemana con un casi perfecto castellano que acudió hace ya algunos meses a pronunciar una conferencia cuando le expliqué el debate que se estaba empezando a producir en nuestro partido. Con toda la literalidad que puedo recordar, sus palabras fueron: “Me huele a engaño. No es posible ser feminista y rechazar la custodia compartida preferente. Muchas nos hemos dejado las pestañas para conseguir que la madre separada pudiera proseguir sin quebranto su vida laboral, social y afectiva después de la separación rechazando la custodia exclusiva de los hijos y asegurando la implicación del padre en su cuidado. ¿Cómo es posible que alguien que se autodenomine “feminista” pueda proponer que se le cargue unilateralmente a la madre la guarda y custodia y alejar al padre de las responsabilidades que le corresponden?”, se preguntaba, para afirmar, categórica, más tarde: “El feminismo no puede optar nunca por mantener los roles patriarcales que nos han ahogado durante siglos”.
La ILP incluye la flexibilidad necesaria para contemplar la inmensa mayoría de casuísticas que se pueden dar en los casos de separación, rechaza el rol machista de la madre al servicio permanente de los hijos y facilita la implicación de los padres, pero garantiza, a la vez, la custodia monoparental en los casos que el juez considere inadecuada o inconveniente la compartida por una panoplia de motivos que no podemos enumerar aquí, pero que están en la mente de todos.
Sin embargo, en algunos bufetes de abogadas solo llegan los casos más descarnados de maltrato y violencia machista y es ese prisma unívoco el que deforma visceralmente la visión de una realidad global que estas profesionales trasladan con éxito tanto a las cúpulas de los partidos de izquierda como a algún organismo institucional tan cuestionado como Emakunde.
“Conquista”, “avance”, “empoderamiento”. ¿Cuántas veces hemos tenido que oír estos términos? La extrapolación analítica de ese micromundo de víctimas, esfuerzo y compromiso al conjunto de la sociedad de Euskal Herria es un error de considerables proporciones que, por reacción vehemente, tiende a elaborar un discurso claramente sexista, abrupto y bélico alejado del objetivo de la igualdad de derechos entre hombre y mujer para caer en la simple “conquista” de ventajas y/o privilegios para ella vulnerando el derecho más elemental del agente más débil, que, en este caso, no es la mujer, sino los hijos. Quizás se les considere un daño colateral.
Por tanto, los derechos del niño tienen especificidad propia, están claramente definidos por psicopedagogos y psiquiatras, deben ser defendidos por afectadas/os por este problema y por aquellos/as a los que no nos afecta y no coinciden con los de la madre, como tampoco coinciden con los del padre. Consisten en salvaguardar su relación -y repito la cita textual- “con ambos progenitores de modo regular e igualitario” y la custodia monoparental vulnera sistemáticamente estos derechos si se aplica con carácter general y preferente, como en la actualidad.
Una mínima lógica de izquierdas nos exigiría defender el derecho fundamental del agente más vulnerable de nuestra sociedad, como es el menor, y ante el cual no caben supuestos desquites proverbiales ni la guerra de sexos que alguno/as se empeñan en ver. No es la venganza mezquina, por tanto, lo que se dilucida aquí, sino la preservación y defensa de derechos fundamentales, los del menor, y si parece que, tangencialmente, “beneficia” a uno de los progenitores será, en todo caso, porque equilibra una situación previamente desigual y lacerante en las separaciones con hijos, frente a la cual nuestro partido mira para otro lado y se pone de perfil, asumiendo ese tan peligroso concepto de lo “políticamente correcto” en cuestiones de género.
Por cierto ¿dónde quedó la promesa de revisar la postura del partido si Kidetza introducía modificaciones en el texto? Se derrochó buena voluntad y se introdujeron tres cambios sustanciales para intentar recabar el apoyo del dúo reticente: PSOE y Sortu. Nunca más se supo.
Al final, e independientemente de cómo salga del parlamento vascongado el texto final de la ILP, fruto del “pasteleo” partidario, con el tiempo quedará la sensación de que ha sido la mayoría de la sociedad, a través de su representación política, la que ha aprobado una custodia compartida que goza del 82% de apoyo popular, según la última encuesta del Gobierno vascongado. Repito la cifra: 82%. Pocos asuntos concitan tanta unanimidad en nuestra sociedad.
Recordaremos con extrañeza que alguien se hubiera opuesto en su día y con cierto rubor que haya sido, precisamente, Sortu quien más lo hiciera. Lo único que induce a cierta tristeza es presenciar una torpeza más de la izquierda abertzale que habrá que incorporar a nuestro bagaje político.


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